La influencia de la inteligencia artificial (IA) en el mundo visual, como se observa en herramientas que convierten recuerdos cotidianos en imágenes al estilo del estudio Ghibli, plantea un dilema ambiental significativo.
Medio litro de agua por imagen
Aunque estas transformaciones parecen inocuas, ocultan un elevado costo en recursos hídricos, ya que cada imagen generada requiere una infraestructura tecnológica intensa, dotada de servidores que necesitan enfriarse constantemente.
Según el experto Álvaro Peña, la generación de una única imagen puede consumir hasta medio litro de agua, lo cual incluye no solo la refrigeración, sino también la producción de los microchips esenciales para ejecutar los algoritmos complejos de la IA.
Tendremos un futuro sediento
Las proyecciones indican que, para 2027, el consumo de agua relacionado con la inteligencia artificial podría alcanzar entre 4.200 y 6.600 millones de metros cúbicos anuales, cifras que superan el total del consumo de Dinamarca y representan cerca de la mitad del uso anual del Reino Unido.
En este contexto, las grandes empresas tecnológicas han mostrado incrementos notables en su consumo de agua; Microsoft, por ejemplo, reportó un aumento del 34 % en 2022.
Estos datos resaltan la necesidad de una mayor transparencia en cómo estas compañías gestionan y reportan sus impactos ambientales, especialmente en términos de consumo hídrico y energético.
María Prado, portavoz de energía y clima de Greenpeace en España, resume el panorama con una frase contundente: “En los centros de datos, el consumo de agua es altísimo”. Según explica, la refrigeración puede requerir entre 1 y 9 litros de agua por cada kilovatio hora de energía consumida, y la evaporación representa cerca del 80 % de ese volumen.
¿Texto o imagen? Todo consume
Aunque algunas herramientas de IA, como ChatGPT, se centran en texto, y otras como DALL·E o Midjourney generan imágenes, todas comparten una dependencia crítica de centros de datos y sistemas de enfriamiento. Las imágenes, sin embargo, suelen implicar un procesamiento más intensivo, lo que multiplica su impacto ambiental.
“La huella real está invisibilizada”, sostiene Prado. “Las grandes tecnológicas solo muestran una parte de la foto porque no están obligadas a publicar los datos completos”. Peña coincide: “No hay suficiente transparencia. Algunas empresas han omitido datos o directamente los han subestimado”.
Acción, hacer conciencia y regulación
Ante este panorama, surge la necesidad de crear conciencia tanto entre usuarios como empresas, así como la urgencia por implementar una regulación efectiva.
Expertos como María Prado de Greenpeace enfatizan que los gobiernos deben tomar un papel activo al establecer estándares obligatorios para medir el impacto ambiental de la AI.
A pesar de que algunas empresas han iniciado compromisos para mejorar su eficiencia hídrica, muchos son escépticos sobre si se tomarán significativas sin una crisis evidente que exponga las consecuencias de estos consumos extremos.
A falta de acción podría llevar a un continuo deterioro ambiental, mientras que la estética digital siga embelleciendo un problema subyacente grave.
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